La 1ª parte La Vida del Rey Enrique IV de William Shakespeare: vinculación
emocional sobre ser-rey y futuro-ser-regio.
Por Eduardo Aktís.
La
bilogía de Enrique IV de Shakespeare
aborda una temática común con resultados opuestos en dos personajes: el desencanto
de Enrique IV tratando de ser-mejor-rey
que Ricardo II y el aprendizaje poco convencional del Príncipe Hal –el futuro
Enrique V- para llegar-a-serlo. Más
allá de explorar los atributos reales con minas al descubrimiento del monarca
perfecto (González Padilla, 1998: 28), manifiesta cómo la vinculación emocional
definieron su destino y el de los demás casi sin advertirlo, aun cuando al
final de la primera parte reconciesen parte de su error.
En la obra se hacen tangibles las
consecuencias de la voluntad de poder del
espíritu[1] de
Bolingbroke tras destronar a Ricardo II en la tragedia homónima[2].
Pese a que el primer episodio de la Tetralogía
Lancaster infirió que “sólo quería recobrar su herencia robada”, la agudeza
del personaje hizo que también se viese tentado a “hacer algo más”. La
ejecución que hizo de Bushy, Bagot y Green fue la llave para eso; pero el
genuino motor para convertirse en rey –según Shakespeare- sería el apoyo de los
Percy –Enrique, 1er. Conde de Northumberland y de su hijo, “Hotspur”[3]-
y cómo sus otros aliados ya lo aclamaban como tal sin pedirlo. La decisiva
abdicación de Ricardo permitió legitimarlo; pero, por no prestar atención a la
maldición hecha por su primo, entre otras cosas, Bolingbroke –ahora Enrique IV
de Inglaterra- viviría las consecuencias de asumir un papel que intentaría
destruirlo en más de una ocasión.
El drama comienza justo en el Acto V
de La tragedia del rey Ricardo II:
con la angustia de Enrique IV de ver cómo su hijo Hal no cumple sus funciones
como príncipe y saber del deceso de Ricardo en Pomfret. Sumado a eso, debía
lidiar la vinculación emocional que tiene como ser humano buscando ser-rey: la primera le dicta emprender
una cruzada hacia Jerusalén en un intento por limpiar la sangre derramada de su
primo asesinado, pero la segunda, a aplacar antes el levantamiento de Owen
Glendower y Archibaldo, duque de Douglas –líderes respectivos de los rebeldes
galeses y escoceses-. El Enrique IV shakesperiano no evita comparar la bravura
del joven Hotspur con las aparentes malandanzas de Hal[4].
Aunque creyó aceptar un convenio y pacto cada
uno con cada uno, por mayoría, el derecho
de representar a la persona de todos (Hobbes, 2013: 142), supuso que no
supo cómo integrar a su hijo en él. Teme que malentienda su función como
príncipe y futuro-ser-regio,
conduciéndolo a la ruina:
Rey Enrique
He aquí un amigo muy querido y diligente,
sir Walter Blunt, recién apeado del
caballo,
cubierto aún de polvo de la tierra
que separa a Holmedon de nuestra sede;
y que nos trae apacibles y agradables
nuevas.
El conde de Douglas ha sido derrotado:
diez mil audaces escoceses y veintidós
caballeros
nadando en su propia sangre vio sir
Walter
en los llanos de Holmedon. Hospur hizo
prisioneros
a Mordake, conde de File, e hijo mayor
del derrotado Douglas, y los condes de
Athol,
de Murray, Angus y Meneith.
¿No es esto un botín honroso,
una espléndida presa, eh primo mío?
Westmoreland
A fe mía,
es conquista de la que podría jactarse un
príncipe.
Rey Enrique
Así es, y con ello me entristeces y me
haces pecar
de envidia de que mi lord Northumberland
sea el padre de un hijo tan notable,
un hijo que es tema de conversaciones;
en medio del bosque el árbol más erguido;
de la dulce Fortuna orgullo y favorito:
mientras yo, viendo el elogio que se le
prodiga,
miro exceso y deshonra mancillar la
frente
de mi joven Harry. ¡Oh! Si pudiera probar
que alguna rondadora hada nocturna tocara
nuestros hijos cuando yacían envueltos en
la cuna,
y llamara Percy al mío y al suyo
Plantagenet…
Entonces tendría yo a su Harry y a él al
mío. (…)
(Shakespeare,
Acto I, escena I: 209-210).
Cabe aclarar que aquí el contexto de
la obra es simbólico. Una realidad alternativa en la que el príncipe Hal y
Hotspur son jóvenes de la misma edad para justificar el contraste entre uno y
otro -en la vida real, “el Hotspur histórico era un hombre maduro que
aventajaba mucho en años a Hal (González Padilla, 1998: 303)”-.
La 1ª
Parte de La Vida del Rey Enrique IV pretende mostrar las dos caras de cada
uno ene se snetido. Ninguno es enteramente lo que prefigura por procurar ser-rey y futuro-ser-regio: Hotspur, por ejemplo, reusaba entregarle prisioneros
de guerra a Enrique IV, salvo si salvaba a Mortimer de su presidio por
traición. El hijo de Northumberland intentó excusar la negligencia de aquél por
querer hacer una tregua con Glendower; pero Enrique, al oponerse y por querer ser-rey bajo una doble cara, no sólo
activó –inconscientemente- el maleficio de su predecesor hacia él, sino que
siguió sin reconocer que su cambio de rol se granjeó un enemigo por tornarse
desconfiado y cerrado, cuando debió-ser
lo contrario. Hal, por otro lado, procura concebirse ese futuro-ser-regio con una jugada pícara, pero que por no medir la naturaleza
de sus decisiones lo destrozará emocionalmente a la larga; y es la de asociarse
con uno de los personajes multifacéticos y controvertidos de Shakespeare: Juan
Falstaff[5].
Falstaff
igualmente externa una doble cara como Hal, Hotspur y Enrique IV. Al contrario
del monarca que no sabe que tener un nuevo papel en el devenir de la vida
implica una gran honestidad para con el otro y consigo mismo, el tahúr lo
entiende; pero lo externa a su modo:
Falstaff
Y bien, Hal, ¿qué hora del día es,
muchacho?
Príncipe
Estás tan embotado de tanto beber vino
blanco añejo,
de desabrocharte después de
cenar y dormir encima
de las bancas después de
mediodía, que te olvidas
de preguntar bien lo que de
veras quisieras averiguar.
¿Qué diablos tienes tú que
ver con la hora del día?
A no ser que las horas
fueran copas de vino, y los minutos
capones, y los relojes
lenguas de macarela, y los
cuadrantes anuncios de
burdeles, y el mismo sol bendito
una hermosa y atractiva
muchacha vestida de tafeta
de encendidos colores, no veo
razón para que pierdas el
tiempo preguntando qué hora
del día es.
Falstaff
En verdad, Hal, ahora ya me vas
entendiendo; porque
nosotros, lo que nos
dedicamos a robar bolsillos,
nos guiamos por la luna y
las siete estrellas, y no por
Febo, aquél “hermoso
caballero errante”. Y te ruego,
querido burlón, que cuando
seas rey, Dios guarde tu
gracia, majestad, debiera
yo decir, porque gracia no
tendrás ninguna,…
Príncipe
¡Cómo que ninguna!
Falstaff
No a fe mía; ni siquiera la que sirva para
dar gracias
por un huevo con
mantequilla.
Príncipe
Bien, ¿y qué con eso? Vamos, al grano, al
grano.
Falstaff
Bueno, entonces, amable burlón, cuando
seas rey, no
permitas que a nosotros,
escuderos del cuerpo de la
noche, nos llamen ladrones
de la belleza del día; antes
bien, haz que nos llamen
guardabosques de Diana,
caballeros de las sombras,
favoritos de la luna; y haz
que la gente diga que somos
hombres de buen gobierno,
pues no gobernamos como el
mar, por nuestra noble
y casta señora de la luna,
bajo cuya mirada robamos.
Príncipe
Hablas como un libro y dices pura verdad;
porque
la suerte de los que somos
gente lunar retrocede y fluye
como la marea, estando como
está regida por la luna. (…)
(Shakespeare, Acto I, escena II: 211-212).
Desde el Acto I vemos que Falstaff se
ha “convertido” en una figura paternal para Hal y el responsable de “guiarlo”
por el mal camino. No deja de ser un oportunista que contempla al príncipe como
clave para alcanzar un futuro mejor, y el propio Hal lo sabe: por un lado
reconoce sentir un sitio de confort simbólico al lado de él por ser alguien
abierto y sincero al tratarle, pero por el otro advierte que representa más a un
adulador velado hacia su majestad futura que al padre empático que hubiese
deseado tener. Hasta el príncipe externa, a solas, lo que pretendía tras
maquinar un asalto simulado con ayuda de Poins:
Príncipe
Os conozco a todos y alentaré algún
tiempo
el humor desenfrenado de vuestra
ociosidad,
imitando con ello al regio sol
que permite a las viles nubes ponzoñosas
que cubran ante el mundo su belleza,
para que cuando le plazca aparecer de
nuevo,
sentida su ausencia, sea más admirado
al atravesar las sucias y pesadas brumas
de los vapores que querían ahogarlo.
Si todo el año fuese días festivos,
sería tan sosa la diversión como el
trabajo;
mas como aquélla rara vez ocurre, es
bienvenida,
pues nada agrada tanto cual lo
inesperado.
Así, cuando deseche mi conducta
libertina,
y pague la deuda que nunca he prometido,
por cuanto no tengo empeñada mi palabra,
desmentiré las predicciones de los
hombres:
y cual metal brillante sobre fondo opaco,
mi conversión, al brillar sobre mi falta,
resplandecerá mejor y atraerá más las
miradas
que las cosas que carecen de contraste.
Ofenderé de modo que mis ofensas sean un
arte
redimiendo el tiempo cuando no lo espere
nadie.
(Shakespeare,
Acto I, escena II: 221).
Nótese aquí la
transición que hay en el discurso de Hal: cuando convivía con Falstaff y su
gente hablaba en prosa y en privado, en verso. La misma y el modo de pensar del
personaje denotan su doble faceta, aunque el versificar no sea sinónimo de la
majestad pura que pretendía construirse para sí: Hal suponía que si se
adentraba al entorno de Falstaff comprendería qué los motivaba a caer en la
ambición, y si lo hacía lograría complacer a su padre, destapándolo. De ahí el
por qué la jugada de Hal era arriesgada: si se formaba un lazo perdurable con
él, emulándolo, podría transformarse “en alguien peor” –cosa que haría irónicamente
al empezar La Vida del Rey Enrique V-;
pero si lo rompía “oportunamente”, al menos podría sentirse calificado para el
papel regio que su padre le estaba otorgado cuando subiese al trono –lo cual
haría en el clímax de la ya citada obra, tras reconocer sus faltas como ser
humano-.
Si contrastásemos la caracterización doble
cara de Hal y su padre en estereotipos de un manga japonés, veríamos ciertos
paralelos con los denominados yandere[6]
y tsundere[7].
En el Enrique IV shakespeariano recaería el tsundere
porque procuró, por un lado, mantener un exceso de serenidad y sangre fría en
sus emociones, como cuando reprendió a Hotspur siendo-rey:
Rey Enrique
Mientes por defenderlo, Percy, mientes:
jamás fue a encontrarse con Glendower,
ya te lo digo.
Se habría visto solo con el diablo
que tener a Owen Glendower como enemigo.
¿No te avergüenzas? Así, pues, pícaro,
no te oiga yo más hablar de Mortimer:
mándame tus prisioneros en seguida
o habrás de vértelas de tal modo
conmigo,
que no te gustará. Milord
Northumberland,
os permitimos partir con vuestro hijo:
enviadlos presos u os pesará, repito.
(Sale el rey Enrique, Blunt y el séquito.)
(Shakespeare,
Acto I, escena III: 226).
Pero, por el
otro, no evitó desahogarse emocionalmente ante su hijo, sabiendo que perdía el
apoyo de sus antiguos aliados y “quizá” de varios más, aunque sin comprender
sus causas reales:
Rey Enrique
¡Dios te perdone! Mas déjame asombrarme,
Harry,
del vuelo emprendido por tus aficiones
tan opuesto al trazado por tus
antepasados.
Perdiste brutalmente tu puesto en el
Consejo
el cual es suplido por tu hermano menor,
y eres casi un extraño a los corazones
de los cortesanos y de los príncipes de
sangre real.
Se ha arruinado la expectación y la
esperanza
de tu porvenir, y todo mundo para sus
adentros
proféticamente medita tu caída.
Si yo hubiese sido tan pródigo de mi
presencia,
tan llevado y traído ante los hombres,
tan rival y gastado por compañías
vulgares,
la fama que me ayudó a lograr el trono
habría seguido fiel a su poseedor,
y me habría dejado en oscuro destierro,
hombre sin apariencia sin distinción. (…)
(Shakespeare, Acto III, escena II: 300).
El Enrique IV
shakesperiano no sabía que Hal poseía un doble rostro como él, pero yandere por así decirlo. Aunque el
príncipe pretendía quitársela cuando Falstaff lo hiciese antes, le costaba
trabajo hacerlo porque fácilmente se dejaba llevar por sus emociones para
burlarse del tahúr. Sacaba una desmedida jovialidad y espíritu cálido para
ganarse su confianza, pero al hacerlo catárticamente olvidaba cuál era su
lugar:
Falstaff
Ataquen; abajo con ellos; córtenles el
pescuezo; ah,
¡gusanos, bellacos, hartos
de tocino! Nos odian a nosotros
los jóvenes: abajo con ellos;
despójenlos.
Viajeros
¡Ay! estamos perdidos y los nuestros para
siempre.
Falstaff
Que os ahorquen, pícaros tragones,
conque, ¿estáis
perdidos? No patanes;
¡ojalá que estuvieran aquí todo
vuestros tesoros!
¡Adelante, marranos! Pues qué bribones,
¿los jóvenes no tienen
derecho a vivir? Sois grandes
jurados, ¿o no? Ya no
haremos jurar, a fe mía.
(Aquí los roban y los amarran. Acto seguido salen.)
(Vuelven a entrar el príncipe y Poins.)
Príncipe
Los ladrones han atacado a los hombres honrados.
Ahora, si tú y yo
pudiéramos robar a los ladrones
e irnos alegremente a
Londres, tendríamos tema para
una semana, risa para un
mes, y una broma excelente
de por vida. (…)
(Shakespeare, Acto II, escena II: 247-249).
Ya en la taberna
“La Cabeza del Jabalí” de Mistress Quickly, en el Acto II, contemplamos su contraparte
insensible, cuando Hal puso en ridículo a Falstaff, al describir el segundo su
visión de los hechos en los alrededores de Gadshill para recobrar el dinero del
rey resguardado por la gente de Hotspur, mezclándolo con su proeza al asaltar a
dos viajeros que se atravesaron en su camino:
Príncipe
¿Y qué? ¿Luchasteis con todos?
Falstaff
¡Con todos! No sé a qué llamas todos;
pero si no luché
con cincuenta de ellos soy
un manojo de rábanos: si no se
echaron encima del pobre
Jack cincuenta y dos o cincuenta
y tres, es porque no camino
con dos pies.
Príncipe
Quiera dios que no hayáis dado muerte a
ninguno.
Falstaff
Tan buen deseo llega tarde: yo acribillé
a dos de ellos;
a dos estoy seguro de que
les di su merecido, dos bellacos
vestidos de bocací. Y ya te
digo, Hal, que si miento, me
escupas en la cara y me
llames rocín. Me coloqué así, con
la punta de mi espada de
este modo. Y cuatro bellacos
vestidos de bocací se me
dejan venir…
Príncipe
¡Cómo! ¿Cuatro? Acabas de decir dos.
Falstaff
Cuatro, Hal, te dije que cuatro.
Poins
Sí, sí, dijo que cuatro.
Falstaff
Esos cuatro venían de frente, y duro
contra mí. Yo
no hice más maniobra que
parar sus siete estocadas con
mi escudo, así…
Príncipe
¿Siete? Pero si ahora mismo no había más
que cuatro.
Falstaff
Vestido de bocací.
Poins
Sí, cuatro vestidos de bocací.
Falstaff
Siete, por estas cachas, o soy un
villano.
(Shakespeare, Acto II, escena IV: 264-266).
El Hal shakesperiano había fraguado un
plan para revelar la falta de honestidad de Falstaff: el guardián del príncipe
–Poins- le ayudó para hacer del ladrón un “bufón de desahogo”. Un aliado sentimental indirecto[8]
quien le “sirviese” para sacar sus emociones reprimidas por el papel regio que
deberá jugar en el futuro al mismo tiempo que lo socavaba, como cuando al
fingió representar en una farsa a una “parodia del rey” ante Falstaff, mientras
éste pretendía interpretar lúdicamente a Hal en frente del príncipe:
Falstaff
Pero decir que hay más mal en él que en
mí mismo sería
decir más que lo que sé. El
que esté viejo (lo cual es de lamentar)
lo atestiguan sus canas;
pero el que sea, con respecto a vuestra
majestad, un frecuentador
de prostitutas, lo niego rotundamente.
Si el vino y el azúcar son
faltas, ¡que Dios se apiade de los malvados!
Si ser viejo y alegre es un
delito, entonces más de un viejo convidado
que conozco habrá de
condenarse; si estar gordo es ser odioso,
entonces hay que adorar a
las vacas flacas del Faraón. No, mi
querido señor: despedid a
Peto, despedid a Bardolf, despedid a
Poins; pero en cuanto al
dulce Jack Falstaff, al bondadoso Jack
Falstaff, al sincero Jack
Falstaff, al valiente Jack Falstaff, y por lo
tanto más valiente siendo
como es el viejo Jack Falstaff, no le
impidáis la compañía de
vuestro Harry. Desterrad al rollizo Jack,
y desterráis con él al mundo
entero.
Príncipe
Pues sí que lo hago y lo haré.
(Shakespeare, Acto II, escena IV: 264-266).
Aquí se aprecia cuál será el destino de
Falstaff sin que él lo percate: Hal usa la caracterización de su padre para decirle que no lo incluirá en la Corte
ni que le concederá puesto importante cuando sea rey. Era su manera de
poner distancia hacia él porque imaginaba que “futuro-ser regio implicaba hacerlo”, no por crueldad, sino para no
condenar al reino hacia un futuro más incierto al que estaba viviendo desde que
su padre le instauró como Príncipe de Gales.
Si examinamos la visión imaginaria del Rey
Enrique y el príncipe Hal shakesperianos sobre ser-rey y futuro-ser-regio,
veríamos que combatían la que encarnó Ricardo II: según Jack Tressider, el rey
era a menudo símbolo de poder con permiso divino al igual que de autoridad
absoluta temporal sobre una tribu, nación o región. Entre más fuerte fuera su
vínculo simbólico con las fuerzas sobrenaturales, más cruciales se volvían sus
cualidades de liderazgo, inteligencia y salud; autoridad que estaba de mano con
la responsabilidad de la felicidad y salud de sus súbditos (2003: 202.) Para
ambos personajes, seguir tales parámetros era inviable. Suponían que debían
crear uno nuevo interactuando con la gente, mostrando determinadas caras; pero
al ver que tal fin no generaba sus frutos, padre e hijo buscaron moldearlo,
pero para resolver la crisis.
Por otra parte, al iniciar el Acto
III, Hotspur equivoca su método para imponerse: planeó convertirse en redentor[9]
por querer ser-él-mismo, pero
imaginariamente: veía el ser-en-sí
regio de Enrique IV, no como la síntesis de sí consigo mismo que está más allá
del devenir que no puede jamás ser derivado de otro existente (Sartre: 2006,
37.), sino el de alguien que lo aparentaba para resaltarla y justificarla tras
morir el depuesto Ricardo II, cuando aquél –según Northumberland y Worcester- ya
había proclamado a Eduardo Mortimer –hermano de Hotspur- heredero del trono. No
creía que su nuevo rol como rey fuera legítimo por mucho que Enrique quisiese
romper con el divinal arquetipo que Ricardo quiso imponer para-sí; menos que
Ricardo, tras abdicar, lo hubiese ratificado como nuevo heredero[10].
Suponía que las rebeliones de Glendower y Mortimer eran legítimas porque usó el
reclamo de su herencia robada por Ricardo para reemplazarlo, e imaginando que
era su deber desplazarlo optó por revelarse contra él.
Hotspur, en cierta medida, quiso
ser otro Aquiles revelándose a Agamenón: como el rey Enrique había violentado
su areté –o virtud- al quererse
apropiar de sus prisioneros, suponía que aquél sólo le importaba destacar su
figura regia. Como redentor imaginario,
ambicionaba desenmascarar el ser-en-sí
regio de Enrique, derrocándolo. Sin embargo cae en la generalización de sus
juicios por subestimar al príncipe Hal. No lo vio como un líder en ciernes[11]
que pretendía serlo cuando llegase el momento; y por actuar con impetuosidad cumplió
inconscientemente el vaticinio de su muerte, como le fue profetizada al propio
Aquiles.
Isabel Mortimer[12]
es la responsable de anunciarle su tragedia a Hotspur. Como la reina Isabella
de Valois en La tragedia del rey Ricardo
II también fue una pitonisa: predice oníricamente el final de su marido por
querer cumplir el legitimismo dinástico de Mortimer. Trata ella de persuadirlo
a que no combata y teme que ya no le ame por eso. Hotspur tampoco escucha los
vaticinios como Ricardo en su día e intenta compensarlo con otra pseudobondad[13],
pero a diferencia del monarca, lo hace por desconfiar de ella “en el nombre de
la justicia”: la lleva consigo para que atestigüe “su triunfo”.
Al iniciar el Acto III vemos cómo
Hotspur sigue ignorando los avisos: no capta que cuando Glendower dijo que tembló la tierra cuando él mismo nació
no procuraba glorificarse, sino prevenirlo; tampoco cuando afirmó que el cielo estaba en llamas. Su falta de
apertura y empatía hacia el otro especifica que el personaje ni sabe cómo ser
un redentor. Supone, a priori, que “ya-lo-es” por “ser-más-racional-que-ellos” y que no necesita del carisma para
demostrarlo. Eso causa decepción en Mortimer, pues al encasillarse Hotspur en
una visión que hoy llamaríamos de “civilización y barbarie”[14]
no quiere ni puede aceptar los consejos de Glendower ni el pragmatismo logístico
de Worcester. Su verdad era “la única que existía”, y tal acto de desmesura
motiva a que Hal termine por liquidarlo.
La derrota de Hotspur, sin embargo, no
se consolida con la proeza del Príncipe de Gales, sino porque padre e hijo rompieron
consensualmente la barrera ideológica que los separaba, aunque no toda: Enrique
IV todavía creía que Hal retornaría al buen camino según sus parámetros,
mientras el príncipe, que lograría ganarse
la confianza de él en combate con los suyos. En la Escena II del Acto III, así excusaba
Enrique a Hal la faceta regia –y tsundere-
que adoptó para nulificar la “divinal” de su predecesor:
Rey
Enrique
(…) Y entonces robando al cielo u mejor estilo,
me revestía de una modestia tan completa,
que
me ganaba el corazón de todos
arrancando ruidosos vítores y
aclamaciones
aún delante de su rey legítimo.
Así mantuve mi persona intacta y atractiva.
Mi presencia, cual hábito pontifical,
al no ser vista, inspiraba curiosidad;
y mi aparato,
raro, pero suntuoso, brillaba como fiesta,
y adquiría por tal rareza, igual solemnidad.
El frívolo rey, en cambio, se paseaba
de arriba para abajo
con insípidos bufones y sosos ingenuos
que se encienden y se queman pronto
como haces de paja;
degrado su rango, mezcló su realeza con charlatanes,
dejando que profesaban su alto nombre con sarcasmos. (…)
(Shakespeare, Acto III, escena II: 300-301)
La vinculación
emocional del rey shakesperiano siempre contradecía tal imagen, pues –como ser
humano- no podía evitar sacarlos para reprender a su hijo. Hal lo entendía, y
el hecho que Enrique usara la imagen de Ricardo II para criticarle su
hipocresía real –y yandere- por estar
al lado de Falstaff y su gente le indicaba que, lejos de poder justificar sus
actos para evidenciarlo, sólo agravaba la propia. De ahí que Hal se limitase a
responder francamente lo que hará, “a medias”:
Príncipe
De hoy en más, tres veces gracioso señor,
seré más lo que debo ser.
(Shakespeare,
Acto III, escena II: 302)
Enrique y Hal vieron que su ser-rey y futuro-ser-regio no combatía el redensionismo
imaginario y “civilizador” de Hotspur, sino al revés. Aquí, sin embargo,
inicia el primer intento de autosaneamiento
real[15]
del príncipe, mientras que el del rey se daría hasta después[16].
Pone en orden sus ideas y sobre cómo cumplir con su deber al momento de
impartir justicia –con aciertos y fallas- y procura un puesto de infantería a
Falstaff y su gente, pese a que Mistress Quickly comienza ya a poner en
evidencia la deshonestidad del primero sin que el Hal intervenga, salvo
exhortándole en pagarle la deuda a ésta y disculparse.
El Acto IV representa un punto sin
retorno para los personajes por ser el preludio a la Batalla de Shrewsbury: en
el campamento rebelde, el redensionismo imaginario
de Hotspur comienza a flaquear sin advertirlo. Su padre –Northumberland- no
puede asistirlo por haber enfermado; Worcester veía a aquél más como a “ese”
redentor que a Hotspur, y duda; el propio Percy ahora quiere serlo el doble; y
sin notarlo, pretende jugarse el todo por el todo sin mostrar empatía hacia sus
aliados en este momento clave. En la infantería del príncipe y el rey, Falstaff
no es tan soberbio: reconoce que sólo combate por ellos por dinero y que su
gente nunca ha combatido. Supone que podrá compensarlo supliendo los lugares de
los que –según él- compraron su libertad. Hal lo acepta y todavía así los
integra con el regimiento de Westmoreland y su padre, mientras que el de su
oponente –Hotspur- resiste en pedir refuerzos. Enrique IV hasta trata de
negociar y reconciliarse con él sin mostrar ya ninguna doble cara; pero, desde
su ser-para- sí-como-redentor imaginario,
Percy lo ignora y sólo ve en él el surgimiento de la negación [de su persona]
(…) que niega de sí cierto ser o
manera de ser [como rey]: su propia nada (Sartre: 2006, 148.).
El Acto V y último es los resultados de
seguir esos roles reformulados e inservibles: Enrique IV y Hal presencian los motivos
de Worcester y Vernon por haberse
revelado. El primero acepta sus propias faltas como rey, pero no “justifica”
que iniciasen un derramamiento de sangre “en el nombre del respetar un
juramento”. Falstaff está de acuerdo, pero puntualiza que tampoco es “válido”
meter a la gente donde uno lo llama “en el nombre restaurar la paz perdida”,
pese a que sus motivos –los de Falstaff y su banda- son igualmente injustificables.
Otra pseudobondad que la obra también
denuncia en la naturaleza humana es la necesidad de la mentira “en el nombre de
una defensa ideológica”: Worcester y Vernon no aprovechan la indulgencia de
Enrique, y en vez de decirle la verdad a Hotspur se condenan a sí mismos sin
consultárselo. Tan es así que ni el propio Enrique IV y Hal aplacarán la
rebelión del todo.
Ya en la Batalla de Shrewsbury se
atestigua el combate simbólico entre el príncipe Hal y Hotspur: el autosaneamiento real de uno contra el redencionismo imaginario del otro. Mientras
Enrique disfraza a todos como si fuera el verdadero rey, éste, complacido,
observa cómo su hijo lo ha salvado de caer a manos de Douglas, quien no creía
que fuese el monarca. Con ello Hal logra la mitad de su autosaneamiento como
príncipe y busca obtener la otra batiéndose con Hotspur, que ha herido a su
hermano: Juan de Lancaster. Percy, sin embargo, sólo se gana otro elemento
típico del personaje que pretende “ser un redentor”: la ira de su “debilucho”
enemigo que lo matará:
Hotspur
¡Oh Enrique, de mi juventud me has despojado!
Duéleme menos perder la vida frágil
que la honra que me has arrebatado;
más clávese en mi pensamiento ésta
que en mi carne tu espada.
El pensamiento empero, es esclavo de la vida
y ésta obedece como necia al tiempo,
que tras para revista a todo el mundo,
debe detenerse. ¡Oh! Podría profetizar,
mas la terrosa y fría mano de la muerte
oprímeme la legua. No, Percy, eres
polvo
y pasto de…
Príncipe
De gusanos, bravo Percy. ¡Corazón valiente!
¡Mal tejida ambición, a qué has quedado reducida!
Cuando este cuerpo un alma contenía,
parecíale
un reino demasiado estrecho;
mas hoy dos pasos de tierra miserable
podrían bastarle. La tierra que te sostiene muerto
no ostenta vivo caballero más resuelto.
Si pudieras oír mis alabanzas
no las prodigaría con tanto celo:
más cubra mi piedad tu rostro lacerado
y en tu nombre me darás las gracias
(Cubre con un pañuelo el rostro
de Percy.)
por realizar este bello rito de ternura.
Adiós, llévate al cielo tus elogios
y
quede enterrada contigo tu ignominia:
que tu epitafio no la conmemore. (…)
(Shakespeare,
Acto V, escena III: 356)
Hal se compadece por su oponente caído
por aferrarse a sus convicciones sin justificarlos. Lo vio como un reflejo de
sí mismo cuando trataba de mostrar el oportunismo de Falstaff sin reparar que
lastimaba a su familia y a sí mismo en el proceso. El cubrirle su rostro y
condenado su soberbia hace que suplante su objetivo inalterable de vida por
otro: supone que debe aprender a “ser-un-príncipe-justo” sin caer en el
redesionismo deformado de Percy o en la falsedad relativa de sus actos como
Falstaff.
Al final de la obra, el Enrique IV
shakesperiano finalmente capta la falta de no haberse dado a entender por ser
serio y espontáneo para poder-ser-rey:
quitándose un poco “la máscara tsundere”,
se sorprende viendo que Worcester y Vernon no se sugestionaron por ella o a su
ofrecimiento incondicional de rendirse ante él. Que ha sido más un monarca presencial[17]
que uno ya instituido cuando una
multitud de gente convino y pactó, cada
uno con cada uno, que a una cierta persona
(…) [que] se le otorgara, por mayoría, el
derecho de representar a la persona de todos (Hobbes, 2013: 142.) cuando
depuso a Ricardo. Sabe que la huida de Douglas y que notase cómo evadía el
peligro era ya un signo de que debía cambiar. Ahora busca ser-rey encaminándose hacia un propósito existencial que lo libere
de la maldición de su primo: terminar con la rebelión para abrirle a su hijo un
futuro netamente franco para que lo rija.
La 1ª Parte de la Vida del Rey
Enrique IV refleja
el ser o no ser de una y uno mismo cuando pretende asumir un papel ante los
demás sin autorreconoocerse. El contrapunto reformulado sobre este punto entre
el de Enrique y su hijo darán forma a la secuela. Al rey le costó asimilar que
la falta de atención involuntaria para con los súbditos, nobles, víctimas y
vencidos intentando ser-rey es su
auténtico antagonista; que fue el culpable de corromper a su antecesor; de no impedir su muerte a manos
de Exton; y de no ser él mismo claro en sus propósitos sobre cómo complacer a
sus aliados y de qué modo indultar a quienes realmente lo merecían. Con el
segundo pasó igual: por divertirse maliciosamente con Falstaff no reparaba en
que era atraído por su carisma; incluso cuando fingió caer en combate. Éste primer devenir de la vida[18]
y su comprensión en la 2ª Parte de la
Vida del Rey Enrique IV determinarán su camino; pero también su legado en
las obras siguientes. El drama de Shakespeare, más que indagar si existe monarca
perfecto, manifiesta que sigue siendo un ser humano con sentimientos y
emociones aunque acierte o se equivoque. He ahí donde recae su grandeza.
BIBLIOGRAFÍA
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[2014, 3 de diciembre].
[1]
Llamamos voluntad de poder del espíritu
al eje dinámico de la vida en la experiencia humana. Nietzsche define a la voluntad de poder como la “tabla de
valores que resulta difícil en un pueblo (…). Aquello que siempre ha de
superarse a sí mismo (…) siguiendo las huellas de la voluntad de la verdad (…)
donde haya vida” (2010: 43, 78). En ese sentido, llamamos voluntad de poder de la realidad a los acontecimientos que surgen
en la vida por circunstancias fortuitos, y que después de manifestarse varias
veces en el personaje, le revelan otras situaciones que ya estaban ahí.
Asimismo, porque cuando el personaje ha decidido cambiar, le generan objetivos inalterables de vida, y le
ayudaran a definir los superobjetivos de
existencia, evitando así su autoaniquilamiento.
[2]
Es decir, La tragedia del rey Ricardo II.
[3]
Hotspur significa “Espuela Caliente”. Era un apodo que tenía el hijo del Conde
de Northumberland, Enrique.
[4]
Hal es diminutivo de Henry. Harry también es otra forma de nombrar a alguien
que se llama Henry –o Enrique-.
[5] Originalmente Shakespeare llamó a
Falstaff, sir John Oldcastle. Mas como dicho John hubiera sido quemado
como hereje en 1417, hecho que originó que Foxe lo incluyera en su Libro de
mártires, su descendiente Lord Cobham, se sintió ofendido de que el dramaturgo
lo hiciera aparecer un tipo licencioso y de conducta poco edificante en sus
obras, por lo que obligó a Shakespeare cambiarle el nombre. Así fue como
recurrió al de Sir John Falstore, un personaje supuestamente cobarde (…), y
[que] por trasposición vocálica, llegó al nombre de Falstaff, que habría de ser
una de las figuras populares de la dramaturgia shakespereana (González Padilla,
1998: 29).
[6] El
yandere es un estereotipo que se utiliza para describir a un personaje con doble
faceta, una en el que aparenta ser amoroso, gentil, y la otra, en la que se
manifiesta con su verdadera forma de ser, impulsivo, interesado. (Espinoza,
2009: 146). Es un rol que generalmente desempeña un personaje coprotagonista en
la trama y algunas ocasiones sin saberlo lo representa un héroe/heroína en ciernes. Es lo contrario del estereotipo tsundere.
[7] Tsundere es el término que se utiliza
para identificar el estereotipo de un personaje, igualmente de doble cara, en
la que al principio aparentemente es hosco, frío, pero paulatinamente muestra
su verdadera personalidad amorosa, amable. (Espinoza, 2009: 147). Es un rol que
normalmente desempeña el protagonista central de la historia y en ocasiones el héroe/heroína oculto si lo hay.
Representa lo contrario del estereotipo yandere.
[8]
Definimos como aliado sentimental al papel
imaginario que asumirá el personaje más cercano al héroe/heroína en ciernes –Falstaff en este caso-. Le ayuda a
cumplir sus objetivos inalterables de
vida; es de los pocos personajes que sabe por qué ella o él se ha vuelto un
antagonista consecuente para los
demás. El aliado sentimental nunca
duda en perder la vida por compasión a éste si las circunstancias así lo
ameritan, aunque en el caso de Falstaff será relativo.
El propio Hal
será responsable de la posterior caída de Falstaff al revelar su lado yandere ante él final del 2ª Parte del Enrique IV. De ahí por qué
afirmamos que el ladrón sea un aliado
sentimental indirecto para el ya ungido Enrique V shakesperiano: Falstaff
nunca se propuso serlo.
[9] El
término “redimir” originalmente connota poner término a algún
vejamen, dolor, penuria u otra adversidad o molestia (Redimir, Noviembre 2014: Diccionario de la Real Academia Española).
Enrique Krauze lo usa con ironía para aludir críticamente a aquélla gente que
pretende y quiso serlo religiosa y mesiánicamente a la esfera política en la
convergencia entre el culto a la personalidad y un fanatismo ideológico extremo
(Programa: Reporte Índigo, 2011).
Partiendo de ese último sentido, definimos redentor
imaginario a cómo el antagonista
consecuente o ideológico de una obra cree que lo será en al realidad, según
su relación imaginaria con los
individuos [que conoce y] con sus condiciones reales de existencia (Althusser, 1970:
52) maquillando sus acciones dolosas.
[10]
Cabe recordar que el personaje de Ricardo abdicó al trono ante Bolingbroke
–Enrique IV- en La tragedia del rey
Ricardo II. Northumberland fue igualmente testigo del hecho, pero Worcester
no.
Dado que
Tomas Percy, conde de Worcester, no apareció físicamente en La tragedia del rey Ricardo II, la obra
expone implícitamente que “estuvo ahí también” cuando Ricardo cedió la Corona a
Enrique IV; concretamente cuando Edmundo de Langley, duque de York y tío de
ambos, vino de parte del primero a informarle eso al segundo, proclamándolo
rey.
La obra no
cita a Mortimer como el desheredado al trono; pero por enfatizar a Enrique como
el adoptado por Ricardo para serlo en su lugar se capta implícitamente que
Northumberland y Worcester lo hayan entendido así y se lo hayan dicho a Hotspur
en la 1ª Parte de La Vida del rey Enrique
IV.
[11]
Krauze define al líder como alguien
que actúa dentro del marco de la democracia liberal sin importar su ideología.
No es un redentor porque no se cree el salvador de algún país (Programa:
Reporte Índigo, 2011). Bajo
ese tenor llamamos líder en ciernes a
aquél personaje que procura serlo lo más humanamente posible, con sus aciertos
y errores, casi al nivel del héroe o
heroína presencial.
[12]
Lady Percy o Kate: la esposa de Hotspur en la obra de Shakespeare.
[13]
Definimos como pseudobondad –o bondad
falsa- a la tendencia de antagonista o antihéroe –femenino o masculino- por
disfrazar acciones dolosas para otros “en el nombre de alguna virtud” porque
“debe de cumplirlas”. Es cómo intentan “justificar” sus objetivos inalterables de vida para consolidar una meta más grande
que “beneficiará al universo”, aunque otros no quieran aceptarla. Son el contradevenir impositivo que combate el héroe o heroína en ciernes y destruye
cuando devela su auténtica cara ante el mundo.
[14]
La dicotomía entra la civilización y la barbarie es una idea desarrollada por
Domingo Faustino Sarmiento: explora el problema de la civilización contra los
groseros aspectos de la cultura de un caudillo, la cual se basa en la brutalidad
y el poder absoluto (Facundo o
civilización y barbarie. Wikipedia, la enciclopedia libre: 2014, 5 de
noviembre). Partiendo de esta visión llena aún de controversias, inferimos que
el Hotspur shakesperiano veía a Enrique IV como alguien “bárbaro” al que debía
terminar, y que por ser Hotspur mismo un “civilizado” estaba en su derecho de
hacerlo “en el nombre de la justicia”. De ahí que el personaje cayese en la
falacia de logar tal “hazaña” si Mortimer, Glendower Worcester y su esposa le
obedecían indiscutiblemente para ser su redentor
vengativo por excelencia.
[15]
La palabra sanear tiene múltiples significados, y aquí nos avocaremos a dos
significados relevantes: 1) Afianzar o asegurar la reparación o
satisfacción del daño que puede sobrevenir; 2) Reparar o remediar algo (Sanear.
Diccionario de la Lengua Española:
2014, 1 de diciembre). En ese sentido, definimos autosanemiento a la acción que héroe en ciernes, presencial y oculto
busca alcanzar para rectificar sus faltas y la de los demás. Es cuando se
transforma en autosaneador real por
ensayo y error, hasta conseguir su cometido. Su faceta se opone a la del redentor imaginario que pretende ser
cualquier antagonista mesiánicamente porque desmiente su culto a la
personalidad o la doctrina que ha impuesto bajo pseudobondades. No busca siempre ser un líder.
[16]
En La vida del rey Enrique IV, 2ª Parte
se torna más palpable ese autosanemaiento
real del monarca shakesperiano porque ya vive sus últimos años de vida.
[17] A
veces, cuando hay personajes que se convierten en reyes o reinas y son un
protagonista más en una obra, procura serlo en la marcha según sus vivencias, y
más si no le correspondía serlo originalmente. En el caso del Bolingbroke
shakesperiano sucede algo parecido: era un héroe
y monarca presencial porque
experimentaba la problemática desde el comienzo, pero que desconocía el
trasfondo que la inició, impidiendo ver claramente sus propios errores.
[18]
Joseph Campbell dice que, el héroe es el “hombre o (…) mujer que ha sido capaz
de combatir y triunfar sobre sus limitaciones históricas personales y locales y
ha alcanzado las formas humanas generales, válidas y normales.” (2010: 26). En
el caso de Hal y Enrique IV su heroísmo se desarrolla según el devenir de la
vida. Cambia su camino radicalmente cuando experimentan el primero: el lapso en
que el héroe/heroína en ciernes y el presencial –el primero y segundo
respectivamente- atestiguarán la voluntad
del poder de la realidad, y que a la vez les refutará su papel mesiánico imaginario, su canon ilusorio, sus representaciones ideológico/existenciales y sus objetivos inalterables de vida “por querer-ser-reyes”; obligándoles
a trasmutar sus valores para que deje de ser
antagonista consecuente, y se acepten como son. Aquí se marca el
rompimiento con la previsibilidad lineal de la obra con un giro intencional de situaciones inesperadas, tal y cómo se verá en
la secuela de la obra de Shakespeare.