Cuando escuchamos el nombre de
Shakespeare, normalmente lo asociamos con Sueño
de una noche de verano, Macbeth, Hamlet, Mucho ruido y pocas nueces, Julio
César, Otelo, La fierecilla domada o
Romeo y Julieta; pero si indagaos más, hallaremos otras obras igualmente
interesantes, aunque poco difundidas: sus tetralogías históricas de la Inglaterra
medieval.
Excluyendo al Rey Juan y Enrique VIII, las
tetralogías abarcan las guerras civiles inglesas de los siglos XIV y XV.
Inician desde la caída de Ricardo II y la victoria de Agincourt por Enrique V y
culminan en la Guerra de las Dos Rosas entre los York (rosa blanca) y los
Lancaster (rosa roja) (Tausiet, 2008: Shakespeare
total). El primer conjunto –según su aparición- la conforman la trilogía de La vida de Enrique VI (1590 y 1591) y La tragedia del rey Ricardo III (1591); el segundo, La tragedia del rey Ricardo
II (1595), la bilogía del rey Enrique
IV (1597, 1598), y La vida del rey
Enrique V (1599); y pese a que difieren en su argumento, todas poseen algo
que las relacionan en muchos sentidos: el providencialismo
subjetivo, la vinculación emocional
e innumerables maldiciones como
elemento representativo.
La tragedia del rey Ricardo II, la
bilogía del rey Enrique IV y La vida del rey Enrique V, por ejemplo, muestran
antecedentes y las repercusiones de los acontecimientos que rebasan la vida de
una generación por ser modificados por el criterio y comportamiento de las
generaciones subsecuentes. El providencialismo está representado en la figura
del rey, que aunque instituido por derecho divino, lo es también “electo”, ya
que su poder se deriva del Parlamento y del pueblo, y su posición depende de
que su ejercicio como rey sea benéfico (González Padilla, 1998: 8-9); la vinculación emocional
lo está en los personajes por intentar cumplir metas lineales; y
las maldiciones, en el trágico resultado de sus acciones “en nombre de tal o
cual virtud”. Por lo que lejos
de recrearnos a gente histórica tal-cual-los-hechos, lo que hacen las obras es plasmar al
ser humano queriendo ser algo más allá de sus limitaciones con sus virtudes
y defectos, mientas fundan un destino inpensable.
Para entender cómo se manifiestan estos tres elementos, interpretaremos los del primer drama de La
tetralogía sobre la dinastía Lancaster: La
tragedia del rey Ricardo II:
(La tragedia del rey Ricardo II: portada)
Según el documental Shakespeare Uncovered: Richard II with Derek Jakobi, la
tragedia y su dinámica teatral provienen del hecho de que Ricardo es el
heredero legítimo ungido por Dios, pero es un rey ineficaz, [mientras que] Bolingbroke
no es el rey legítimo, pero es un político competente (Bate, 2013). Ricardo II –como
personaje- intenta ser instrumento providencial, cuyos errores se justifican
para mantener la paz y el orden a cualquier costo; Enrique Bolinbroke busca
hacerlo terrenalmente, respetando la honorabilidad de los nobles, pero por vencer
a su primo para recobrar la herencia de su padre –Juan de Gante-, “fácticamente”
se vuelve rey casi sin proponérselo.
Ante todo, ¿Qué es el providencialismo? Según
la Real Academia Española (2001), es la doctrina según la cual
todo sucede por disposición de la Divina Providencia. En ese sentido, y desde
iniciada la tragedia, Ricardo II supone que resolverá cualquier disputa por
tener un destino asegurado, incluso imagina lograrlo con la de Bolingbroke –su
heredero y duque de Hereford- y Tomás Mowbray, quienes piensan batirse en duelo:
Bolingbroke
¡Oh! Libre Dios mi alma de tan feo
pecado.
¿Abatiráse mi cimera ante mi padre,
o con la temblorosa palidez del mendigo
doblegaré mi altivez
ante
un desvergonzado cobarde? Antes que mi lengua
hiera mi honor con tal flaqueza,
o pronunciaré tan bajo acuerdo,
despedazarán mis dientes
el servil instrumento de esa ruin
palinodia,
y la esculpirán sangrando ante su
felonía,
ante la faz de Mowbray, sede de villanía.
Rey Ricardo
No nacimos para rogar sino para disponer:
puesto que no podemos reconciliaros,
estad preparados a comparecer
en Coventry, el día de San Lamberto.
Con la vida de ello me responderéis,
Ahí vuestras lanzas y espadas decidirán
las crecientes diferencias de vuestro
odio tenaz.
Ya que no podemos amistaros, veremos
que la justicia designe al que merezca
triunfar (…).
(Shakespeare,
1998: Acto I, escena I: 75).
En la tragedia, Bolingbroke
acusa al duque de Norfolk de retener maliciosamente al ejército real para
pagarle y tramar la muerte de Tomás de Woodstock, duque de Gloucester, mientras
le custodiaba en Calais; Mowbray, por su parte, se defiende alegando que sólo
usó un tercio para pagarle y que se reservó el restante con licencia del rey
porque estaba en deuda con él de lo que restaba por una elevada suma cuando buscó a su reina -Isabel de Valois- en Francia, y
que la pérdida de Gloucester fue por un descuido. Buscando frenarlos, Ricardo aparentó
concederles el derecho de resolver su disputa en la justa, pero cerca de
inicarla, “providencialmente” la anula y castiga a ambos al destierro.: él prefiguró que si permitía el retorno de Bolingbroke luego de seis años, logaría
su cometido, pero por hacerlo, terminó catalizando otro destino que lo
conduciría a la ruina.
Transcurre un año luego del
destierro de Bolingbroke entre el primer y segundo acto. Su padre, Juan de
Gante, se halla agonizante y su sobrino –Ricardo II- lo visita en sus últimos
momentos. Ahí sucederá un evento peculiar: por querer confortar a su tío, el
providencialismo subjetivo del monarca será discutido por Gante, y se
manifestará los otros dos elementos que caracterizarán la tragedia: la
maldición y vinculación emocional:
Rey Ricardo
¿Deben los moribundos adular a los vivos?
Gante
No, no; son los vivos los que adulan a
los muertos.
Rey Ricardo
Pues moribundo tú, dices que me aludas.
Gante
¡Oh no! Eres tú quien mueres aunque yo
sea el enfermo.
Rey Ricardo
Me siento sano, respiro, y te veo mal.
Gante
Sabe Dios cuán enfermo te
miro yo a ti:
Mal me miras a mí, pero es
porque ves mal.
El reino es nada menos que
tu lecho de muerte
donde yaces enfermo de tu
reputación.
Y al no preocuparte eres un
mal paciente
que encomiendas la cura de
tu sagrado cuerpo
a los médicos mismos que te
hacen enfermar.
Miles de aduladores caben
en tu corona
cuyo aro no rebasa lo ancho
de tu cabeza,
y aunque encerrados en
espacio pequeño,
hacen mal con su influencia
a toda aquesta tierra.
¡Oh, si tu abuelo con
visión profética
hubiese visto al hijo de su
hijo arruinar a sus hijos,
lejos de tu alcance habría
puesto tal vergüenza,
evitando que poseyeras en
herencia el trono
cuya posesión tienes ahora
sólo para desposeerte a ti
mismo!
Aunque rigieses, sobrino,
el orbe entero,
sería oprobio que arrendas
esta tierra;
mas no tendiendo otra en el
mundo,
¿no es peor que vergonzoso
deshonrarla de tal manera?
Ya no eres rey de
Inglaterra sino encomendero. (…)
(Shakespeare,
1998: Acto II, escena I: 101-102).
Para Gante, la
desvirtuación de Ricardo como rey era una muerte genuina comparada con la suya. Termina profetizándole las consecuencias y tormentos que tendrá si sigue viviendo en la
infamia, y al hacerlo, siembra -sin proponérselo- la primera de muchas, cuya la vinculación emocional de Ricardo será casi evidente tras
verlo fallecer:
Northumberland
Señor, el viejo Gante se encomienda a
vos.
Rey Ricardo
¿Qué dice?
Northumberland
No. Nada, todo quedó dicho:
su lengua es ya un instrumento roto;
palabras, vida y todo en él guarda
silencio.
York
¡Ojalá sea yo quien siga tal ejemplo!
Triste es la muerte, pero es fin del
sufrimiento.
Rey Ricardo
El fruto más maduro cae primero. Así él.
Su tiempo ya pasó: nos debemos continuar
el viaje.
Dejemos eso ahora y atendamos nuestras
guerras con Irlanda.
Exterminar debemos a esos melanudos
kernes,
que juzgan tener el privilegio del
veneno
donde el veneno alguno puede subsistir:
y pues que estas empresas son costosas,
para ayudarnos nos adjudicaremos
la plata, ingresos, muebles y metálico
de que gozaba nuestro tío de Gante.
(Shakespeare,
1998: Acto II, escena I: 103-104).
¿Por qué decimos que la actitud del
Ricardo II-personaje es vinculación emocional en ese momento?, porque su
reacción ante la muerte como ser humano y la plenitud de vivir como rey externan
su carácter. Siendo la personalidad resultado de un progresivo predominio de
factores espirituales sobre los ineludibles y persistentes factores
temperamentales (Pittaluga, 1973: 123) basados en la experiencia para asimilar
el devenir de la vida, para Ricardo tal hecho le impide disimular sus pasiones
y ambiciones: por un lado, le preocupa perder el trono si muere prematuramente,
y por el otro, niega la realidad presentada e increpada por Gante. Imagina
“providencialmente” que su destino es seguir como rey si confisca los bienes
del tío y Bolingbroke para gana la guerra, y lejos de ganase el contento
popular, causa lo contrario.
En ese sentido, la obra se
atreve a imaginar cómo es tener el poder supremo y luego perderlo. (…) Exiliado, su padre muerto, su herencia robada, el duque de
Hereford regresa a casa para emprender la guerra contra
el rey (Jakobi, 2013) y recobrar su herencia como duque de Lancaster. En ese instante, Isabel de Valois presiente
que "algo terrible está por venir", y aunque Bushy lo reniega, los temores de
ella se confirman cuando Green –uno de los aduladores a la par del mismo Bushy
y Bagot- anuncia el retorno de Bolingbroke a Raverspurgh. Edmundo de Langley,
duque de York y tío de Ricardo II, llega a tiempo para resguardar a la joven
reina y sobrina al castillo de Berkeley, y aunque duda si podrá proteger a su
soberano pese a sus constates faltas y la abrupta muerte de su
esposa –la de York-, trata de mantener el orden lo mejor posible, mientras
que Bagot, Green y Bushy deciden ayudar a Ricardo –principalmente Bagot- sólo
para defender sus intereses.
Bolingbroke, sin quererlo, también se
convierte en un personaje catalizador, pero de futuros eventos fuera de su control: cuando vuelve a Inglaterra, dice continuamente que regresó sólo para recuperar lo suyo. No retornó para ser rey, no volvió para usurpar a Ricardo, volvió para
recobrar lo suyo. El asunto es, ¿le creen? (Jakobi, 2013). Para él, ser
el nuevo duque de Lancaster era lo más importante. Reconocía que debía ganarse el
apoyo de otros nobles para que su primo le devuelva su legítima herencia, pero
cuando se topa con el conde de Northumberland, se desatan tres
situaciones, cuyo destino tendrá algo preparado para él: el riesgo al
que se atendrá si altera su meta -representado en Enrique Percy, hijo de
Northumberland-, y las reacciones que ocasionará en otros si no redime sus
errores -simbolizado en la advertencia de York-:
Northumberland
El noble duque ha jurado que venía
sólo por lo suyo; y por su derecho a ello
solamente hemos jurado todos ayudarle.
¡Véase privado siempre de la dicha
el que tiene juramento quebrantable!
York
Bien, ya veo por dónde vais,
y no puedo impedirlo, lo confieso,
pues mi poder es débil e inseguro;
mas si pudiera, por quien me dio la vida,
os prendería a todos y os obligaría a
inclinaros
ante la soberana clemencia del rey;
mas no puedo hacerlo, quede claro
que permanezco neutral (…).
(Shakespeare,
1998: Acto II, escena III: 125).
En
el tercer acto, Bolingbroke captura y ejecuta a Green y Bushy por contaminar
las intemperancias del rey, pero lejos de beneficiarlo, empieza a tener
reputación de poder, porque con ella consigue la adhesión y afecto de quienes
necesitan ser protegidos (Hobbes, Sin año: 69). Termina siendo honrado y
querido por muchos porque sus aliados pensaban que todas sus acciones y
conversaciones procedentes de una gran esperanza eran poder para terminar las
confiscaciones de Ricardo II y –de ser posible- removerlo de sus funciones. El
mismo Ricardo no lo comprende porque piensa que será salvado por un ejército
seráfico y que el carácter sagrado que su dignidad le confiere lo hará intocable.
Se consuela en la falsa confianza de que el duque de York, como regente en su
ausencia, podrá resistir el ímpetu de los insurrectos (…), [hasta que] su real
prestancia [y] su fe en una intervención milagrosa a su favor [finalmente] se
desmoronan (González Padilla, 1998: 17-18), luego que el
conde de Salisbury lo pone al día:
Aumerle
¡Ánimo, majestad! ¿Por qué se pone pálida
vuestra señoría?
Rey Ricardo
Aún ahora, la sangre de veinte mil
soldados
triunfaba en mi semblante, pero han
huido;
y mientras esa sangre otra vez a mí no
afluya,
¿no tengo razón de verme pálido y sin
vida?
Cuantos salvarse quieren huyen de mi
lado,
porque el tiempo a mi dignidad pone un
estigma.
(Shakespeare,
1998: Acto III, escena II: 134-135).
Para nada le sirve a Ricardo II
reestablecerse en la obra. Lo único que le queda –y que se verá reiteradamente
cumplido en la bilogía de la vida del rey
Enrique IV- será maldecir el destino de Bolingbroke. Despide la tropa que
aún le queda y se retira al castillo de Flint para parlamentar. Es justo ahí en
que apreciamos una última manifestación de providencialismo de su parte: la de desenmascarar
“divinamente” las metas de su primo, aunque “nadie” lo advierta. Para ese entonces, Bolingbroke ya
usa el plural para referirse a sí mismo como si fuera rey –nobles como
Northumberland ya lo notan indiferentemente-, y pese a que le informa que “sólo
vino a reclamar su legítima herencia” –la de Gante-, por su manera de hablar y
de actuar demuestra ya que los temores premonitorios de Isabel de Valois se
habían cumplido: la deposición inevitable de su marido.
La única escena del acto cuarto
marca un claro revés para Ricardo: ya no justifica que “nacieron para disponer”
desde el primer acto: Bolingbroke –que no nació para hacerlo- ahora busca
hacerlo con su reputación de poder. Es finalmente adoptado por él, en el que su alto cetro rinde ahora al manejo de
sus reales manos. Para Bolingbroke, ser Enrique IV le genera vinculaciones
emocionales: pese a que “ya lo veía venir” –por boca de York y en nombre del
otrora monarca-, la obra infiere cómo su personalidad y actitudes honrosas manifestaban
ya reputación de poder necesaria para que lo fuese. Como su deseo
fue alcanzado al fin y la felicidad es un continuo progreso de deseos, de un
objeto a otro, (…) para realizar otro ulterior (Hobbes, sin año: 79), Enrique –inconscientemente-
se ve obligado a tomar la corona, e incluso hace comparecer a Ricardo para corroborar la
abdicación de él y asimilar su nuevo destino:
Bolingbroke
¿Estáis conforme en abdicar a la corona?
Rey Ricardo
Pues nada habré de ser. Sí, no; no, sí.
Entonces no, no, pues la renuncio en ti.
Mira ahora cómo habré de despojarme:
retiro de mi cabeza esta carga pesada,
de mi mano alejo el incómodo cetro,
y de corazón, el orgullo del mando;
con
mis propias lágrimas borro el óleo santo,
con mis propias manos entrego mi corona,
con mi propia lengua niego el sacro rango,
con mi propio aliento anulo el rito
obligado,
y abjuro toda pompa y toda majestad;
abandono
mis dominios, mis rentas y mis bienes,
revoco mis actos, decretos estatutos:
¡Perdone Dios los votos que me han sido
violados!
¡Guarde Dios las promesas que ante ti se
han jurado!
¡Que a mí que nada tengo, no me aflija con
nada,
y a ti que has adquirido te llene de
contento!
¡Que vivas largamente en el trono de Ricardo
y pronto yazga éste en un lecho de tierra!
Dios salve al rey Enrique dice ex rey
Ricardo,
y le envíe días dorados por muchísimos años
(…).
(Shakespeare, 1998: Acto III,
escena II: 166-167).
El quinto y último acto presenta
la despedida de Isabel de Valois y Ricardo, mientas éste es conducido hacia la
Torre de Londres, y así como vemos la partida de ésta hacia Francia sin
título, también notamos cómo se conduce Enrique IV para resolver problemas: sin providencialismos
subjetivos, hace lo mejor que puede para evitar un derramamiento de sangre
entre York y su hijo, el duque de Aumele. La otrora dama al servicio de la
reina –la duquesa de York- se opone a que York permita la ejecución de Aumele,
pese a que éste se retractó en participar en una conjura contra el rey. La
historia parce repetirse, pero a diferencia de su primo, se pone en los zapatos
de ambas partes, impidiendo así una desgracia.
No obstante, para Enrique le será
imposible evadir la maldición de Ricardo: desde su ascenso al trono, le ha sido
imposible controlar y disciplinar a su hijo Hal –el futuro Enrique V-, y, como
ya se dijo, no todos los nobles aceptaron su coronación con buenos ojos,
como se verá reiteradamente en la bilogía
de la vida del rey Enrique IV. El tiro de gracia de la tragedia, sin embargo,
no recaerá en la severa y profética admonición, sino en el personaje de Sir Pierce de Exton:
tras su traslado al castillo de Pomfret –o Pontefract-, el entonces monarca no
puede asimilar su nueva condición como preso. Empieza a caer en la locura. La llegada
de Exton le prefigura que “Bolingbroke lo ha mandado para envenenarlo”, y en un
último acto de resistencia, arrebata un arma a uno de los guardias, lo mata,
pero no impide que Exton lo frene y lo liquide.
En el drama, el fin de Ricardo provoca dolor en Exton y también en Enrique. Su figura honorable como reputación
de poder se quiebra para mostrarnos lo que será su vinculación emocional en las
obras que le siguen:
Exton
Gran rey, dentro de este féretro presento
tu temor enterrado: aquí yace sin aliento
el más temible de tus enemigos:
Ricardo de Bordeaux que aquí te traigo.
Bolingbroke
Exton, no te lo agradezco, pues tu mano
fatal ha perpetrado un hecho deshonroso
contra mí mismo y contra esta hidalga
tierra.
Exton
Tu boca, señor, me indicó hacerlo.
(Shakespeare, 1998: Acto
V, escena VI: 201).
Así como Ricardo se encontró a sí
mismo, hallando al hombre dentro de sí –el hombre verdadero, dentro de todo
esto de ser rey (Jakobi, 2013)-, Bolingbroke hace lo mismo: viendo que su
reputación de poder no lo hacía él mismo del todo, Enrique finalmente acepta
que ser el nuevo rey implica una gran responsabilidad humana en el devenir de
la vida. Advierte que vivir con rencores sólo destruye en vez de edificar; que
si no es prudentemente humano para con el prójimo, su hijo y consigo mismo pronto
catalizará una tragedia aún peor. Será justo a partir de esa escena que el
Enrique IV de Shakespeare buscará redimirse: para que su dolor y egocentrismo
no mancillen más el futuro de Inglaterra, menos “en el nombre de alguna virtud” como sucederá décadas después en la Guerra de las Dos Rosas.
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*Providencialismo. (2001). [en línea]. Real Academia Española:
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Disponible en: http://lema.rae.es/drae/?val=Providencialismo
[2014, 23 de enero].
*Shakespeare, William.
(1998). Tres dramas históricos: Ricardo II y Enrique IV, primera y segunda partes. (2ª. ed.) México: UNAM.
*Tausiet, Antonio. (2008). [en
línea]. Wordpress: Shakespeare total: Ricardo II. Disponible en: http://shakespeareobra.wordpress.com/ricardo-ii/ [2014, 23 de enero].
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