martes, 28 de enero de 2014

Ricardo II de William Shakespeare: vinculación emocional, providencialismo y maldiciones.



       

       Cuando escuchamos el nombre de Shakespeare, normalmente lo asociamos con Sueño de una noche de verano, Macbeth, Hamlet, Mucho ruido y pocas nueces, Julio César, Otelo, La fierecilla domada o Romeo y Julieta; pero si indagaos más, hallaremos otras obras igualmente interesantes, aunque poco difundidas: sus tetralogías históricas de la Inglaterra medieval.

        Excluyendo al Rey Juan y Enrique VIII, las tetralogías abarcan las guerras civiles inglesas de los siglos XIV y XV. Inician desde la caída de Ricardo II y la victoria de Agincourt por Enrique V y culminan en la Guerra de las Dos Rosas entre los York (rosa blanca) y los Lancaster (rosa roja) (Tausiet, 2008: Shakespeare total). El primer conjunto –según su aparición- la conforman la trilogía de La vida de Enrique VI (1590 y 1591) y La tragedia del rey Ricardo III (1591); el segundo, La tragedia del rey Ricardo II (1595), la bilogía del rey Enrique IV (1597, 1598), y La vida del rey Enrique V (1599); y pese a que difieren en su argumento, todas poseen algo que las relacionan en muchos sentidos: el providencialismo subjetivo, la vinculación emocional e innumerables maldiciones como elemento representativo. 

        La tragedia del rey Ricardo II, la bilogía del rey Enrique IV y La vida del rey Enrique V, por ejemplo, muestran antecedentes y las repercusiones de los acontecimientos que rebasan la vida de una generación por ser modificados por el criterio y comportamiento de las generaciones subsecuentes. El providencialismo está representado en la figura del rey, que aunque instituido por derecho divino, lo es también “electo”, ya que su poder se deriva del Parlamento y del pueblo, y su posición depende de que su ejercicio como rey sea benéfico (González Padilla, 1998: 8-9); la vinculación emocional lo está en los personajes por intentar cumplir metas lineales; y las maldiciones, en el trágico resultado de sus acciones “en nombre de tal o cual virtud”. Por lo que lejos de recrearnos a gente histórica tal-cual-los-hechos, lo que hacen las obras es plasmar al ser humano queriendo ser algo más allá de sus limitaciones con sus virtudes y defectos, mientas fundan un destino inpensable.
         

          Para entender cómo se manifiestan estos tres elementos, interpretaremos los del primer drama de La tetralogía sobre la dinastía Lancaster: La tragedia del rey Ricardo II:

(La tragedia del rey Ricardo II: portada)




Según el documental Shakespeare Uncovered: Richard II with Derek Jakobi, la tragedia y su dinámica teatral provienen del hecho de que Ricardo es el heredero legítimo ungido por Dios, pero es un rey ineficaz, [mientras que] Bolingbroke no es el rey legítimo, pero es un político competente (Bate, 2013). Ricardo II –como personaje- intenta ser instrumento providencial, cuyos errores se justifican para mantener la paz y el orden a cualquier costo; Enrique Bolinbroke busca hacerlo terrenalmente, respetando la honorabilidad de los nobles, pero por vencer a su primo para recobrar la herencia de su padre –Juan de Gante-, “fácticamente” se vuelve rey casi sin proponérselo. 

             Ante todo, ¿Qué es el providencialismo? Según la Real Academia Española (2001), es la doctrina según la cual todo sucede por disposición de la Divina Providencia. En ese sentido, y desde iniciada la tragedia, Ricardo II supone que resolverá cualquier disputa por tener un destino asegurado, incluso imagina lograrlo con la de Bolingbroke –su heredero y duque de Hereford- y Tomás Mowbray, quienes piensan batirse en duelo:

Bolingbroke
      ¡Oh! Libre Dios mi alma de tan feo pecado.
       ¿Abatiráse mi cimera ante mi padre,
       o con la temblorosa palidez del mendigo doblegaré mi altivez
       ante un desvergonzado cobarde? Antes que mi lengua
       hiera mi honor con tal flaqueza,
       o pronunciaré tan bajo acuerdo, despedazarán mis dientes
       el servil instrumento de esa ruin palinodia,
       y la esculpirán sangrando ante su felonía,
      ante la faz de Mowbray, sede de villanía.
Rey Ricardo
      No nacimos para rogar sino para disponer:
      puesto que no podemos reconciliaros,
      estad preparados a comparecer
      en Coventry, el día de San Lamberto.
      Con la vida de ello me responderéis,
      Ahí vuestras lanzas y espadas decidirán
      las crecientes diferencias de vuestro odio tenaz.
      Ya que no podemos amistaros, veremos
      que la justicia designe al que merezca triunfar (…).
                                       (Shakespeare, 1998: Acto I, escena I: 75).

En la tragedia, Bolingbroke acusa al duque de Norfolk de retener maliciosamente al ejército real para pagarle y tramar la muerte de Tomás de Woodstock, duque de Gloucester, mientras le custodiaba en Calais; Mowbray, por su parte, se defiende alegando que sólo usó un tercio para pagarle y que se reservó el restante con licencia del rey porque estaba en deuda con él de lo que restaba por una elevada suma cuando buscó a su reina -Isabel de Valois- en Francia, y que la pérdida de Gloucester fue por un descuido. Buscando frenarlos, Ricardo aparentó concederles el derecho de resolver su disputa en la justa, pero cerca de inicarla, “providencialmente” la anula y castiga a ambos al destierro.: él prefiguró que si permitía el retorno de Bolingbroke luego de seis años, logaría su cometido, pero por hacerlo, terminó catalizando otro destino que lo conduciría a la ruina.

              Transcurre un año luego del destierro de Bolingbroke entre el primer y segundo acto. Su padre, Juan de Gante, se halla agonizante y su sobrino –Ricardo II- lo visita en sus últimos momentos. Ahí sucederá un evento peculiar: por querer confortar a su tío, el providencialismo subjetivo del monarca será discutido por Gante, y se manifestará los otros dos elementos que caracterizarán la tragedia: la maldición y vinculación emocional:

Rey Ricardo
      ¿Deben los moribundos adular a los vivos?
Gante
      No, no; son los vivos los que adulan a los muertos.
Rey Ricardo
      Pues moribundo tú, dices que me aludas.
Gante
      ¡Oh no! Eres tú quien mueres aunque yo sea el enfermo.
Rey Ricardo
      Me siento sano, respiro, y te veo mal.
Gante
Sabe Dios cuán enfermo te miro yo a ti:
Mal me miras a mí, pero es porque ves mal.
El reino es nada menos que tu lecho de muerte
donde yaces enfermo de tu reputación.
Y al no preocuparte eres un mal paciente
que encomiendas la cura de tu sagrado cuerpo
a los médicos mismos que te hacen enfermar.
Miles de aduladores caben en tu corona
cuyo aro no rebasa lo ancho de tu cabeza,
y aunque encerrados en espacio pequeño,
hacen mal con su influencia a toda aquesta tierra.
¡Oh, si tu abuelo con visión profética
hubiese visto al hijo de su hijo arruinar a sus hijos,
lejos de tu alcance habría puesto tal vergüenza,
evitando que poseyeras en herencia el trono
cuya posesión tienes ahora
sólo para desposeerte a ti mismo!
Aunque rigieses, sobrino, el orbe entero,
sería oprobio que arrendas esta tierra;
mas no tendiendo otra en el mundo,
¿no es peor que vergonzoso deshonrarla de tal manera?
Ya no eres rey de Inglaterra sino encomendero. (…)
                                       (Shakespeare, 1998: Acto II, escena I: 101-102).

Para Gante, la desvirtuación de Ricardo como rey era una muerte genuina comparada con la suya. Termina profetizándole las consecuencias y tormentos que tendrá si sigue viviendo en la infamia, y al hacerlo, siembra -sin proponérselo- la primera de muchas, cuya la vinculación emocional de Ricardo será casi evidente tras verlo fallecer:
Northumberland
      Señor, el viejo Gante se encomienda a vos.
Rey Ricardo
      ¿Qué dice?
Northumberland
      No. Nada, todo quedó dicho:
      su lengua es ya un instrumento roto;
      palabras, vida y todo en él guarda silencio.
York
      ¡Ojalá sea yo quien siga tal ejemplo!
      Triste es la muerte, pero es fin del sufrimiento.
Rey Ricardo
      El fruto más maduro cae primero. Así él.
      Su tiempo ya pasó: nos debemos continuar el viaje.
       Dejemos eso ahora y atendamos nuestras guerras con Irlanda.
       Exterminar debemos a esos melanudos kernes,
       que juzgan tener el privilegio del veneno
       donde el veneno alguno puede subsistir:
       y pues que estas empresas son costosas,
       para ayudarnos nos adjudicaremos
       la plata, ingresos, muebles y metálico
       de que gozaba nuestro tío de Gante.
                                       (Shakespeare, 1998: Acto II, escena I: 103-104).

¿Por qué decimos que la actitud del Ricardo II-personaje es vinculación emocional en ese momento?, porque su reacción ante la muerte como ser humano y la plenitud de vivir como rey externan su carácter. Siendo la personalidad resultado de un progresivo predominio de factores espirituales sobre los ineludibles y persistentes factores temperamentales (Pittaluga, 1973: 123) basados en la experiencia para asimilar el devenir de la vida, para Ricardo tal hecho le impide disimular sus pasiones y ambiciones: por un lado, le preocupa perder el trono si muere prematuramente, y por el otro, niega la realidad presentada e increpada por Gante. Imagina “providencialmente” que su destino es seguir como rey si confisca los bienes del tío y Bolingbroke para gana la guerra, y lejos de ganase el contento popular, causa lo contrario.

         En ese sentido, la obra se atreve a imaginar cómo es tener el poder supremo y luego perderlo. (…) Exiliado, su padre muerto, su herencia robada, el duque de Hereford  regresa a casa para emprender la guerra contra el rey (Jakobi, 2013) y recobrar su herencia como duque de Lancaster. En ese instante, Isabel de Valois presiente que "algo terrible está por venir", y aunque Bushy lo reniega, los temores de ella se confirman cuando Green –uno de los aduladores a la par del mismo Bushy y Bagot- anuncia el retorno de Bolingbroke a Raverspurgh. Edmundo de Langley, duque de York y tío de Ricardo II, llega a tiempo para resguardar a la joven reina y sobrina al castillo de Berkeley, y aunque duda si podrá proteger a su soberano pese a sus constates faltas y la abrupta muerte de su esposa –la de York-, trata de mantener el orden lo mejor posible, mientras que Bagot, Green y Bushy deciden ayudar a Ricardo –principalmente Bagot- sólo para defender sus intereses. 

       Bolingbroke, sin quererlo, también se convierte en un personaje catalizador, pero de futuros eventos fuera de su control: cuando vuelve a Inglaterra, dice continuamente que regresó sólo para recuperar lo suyo. No retornó para ser rey, no volvió para usurpar a Ricardo, volvió para recobrar lo suyo. El asunto es, ¿le creen? (Jakobi, 2013). Para él, ser el nuevo duque de Lancaster era lo más importante. Reconocía que debía ganarse el apoyo de otros nobles para que su primo le devuelva su legítima herencia, pero cuando se topa con el conde de Northumberland, se desatan tres situaciones, cuyo destino tendrá algo preparado para él: el riesgo al que se atendrá si altera su meta -representado en Enrique Percy, hijo de Northumberland-, y las reacciones que ocasionará en otros si no redime sus errores -simbolizado en la advertencia de York-:

Northumberland
      El noble duque ha jurado que venía
      sólo por lo suyo; y por su derecho a ello
      solamente hemos jurado todos ayudarle.
      ¡Véase privado siempre de la dicha
      el que tiene juramento quebrantable!
York
      Bien, ya veo por dónde vais,
      y no puedo impedirlo, lo confieso,
      pues mi poder es débil e inseguro;
      mas si pudiera, por quien me dio la vida,
      os prendería a todos y os obligaría a inclinaros
      ante la soberana clemencia del rey;
      mas no puedo hacerlo, quede claro
      que permanezco neutral (…).
                                       (Shakespeare, 1998: Acto II, escena III: 125).

En el tercer acto, Bolingbroke captura y ejecuta a Green y Bushy por contaminar las intemperancias del rey, pero lejos de beneficiarlo, empieza a tener reputación de poder, porque con ella consigue la adhesión y afecto de quienes necesitan ser protegidos (Hobbes, Sin año: 69). Termina siendo honrado y querido por muchos porque sus aliados pensaban que todas sus acciones y conversaciones procedentes de una gran esperanza eran poder para terminar las confiscaciones de Ricardo II y –de ser posible- removerlo de sus funciones. El mismo Ricardo no lo comprende porque piensa que será salvado por un ejército seráfico y que el carácter sagrado que su dignidad le confiere lo hará intocable. Se consuela en la falsa confianza de que el duque de York, como regente en su ausencia, podrá resistir el ímpetu de los insurrectos (…), [hasta que] su real prestancia [y] su fe en una intervención milagrosa a su favor [finalmente] se desmoronan (González Padilla, 1998: 17-18), luego que el conde de Salisbury lo pone al día:   

Aumerle
      ¡Ánimo, majestad! ¿Por qué se pone pálida vuestra señoría?
Rey Ricardo
      Aún ahora, la sangre de veinte mil soldados
      triunfaba en mi semblante, pero han huido;
      y mientras esa sangre otra vez a mí no afluya,
      ¿no tengo razón de verme pálido y sin vida?
      Cuantos salvarse quieren huyen de mi lado,
      porque el tiempo a mi dignidad pone un estigma.
                                       (Shakespeare, 1998: Acto III, escena II: 134-135).

Para nada le sirve a Ricardo II reestablecerse en la obra. Lo único que le queda –y que se verá reiteradamente cumplido en la bilogía de la vida del rey Enrique IV- será maldecir el destino de Bolingbroke. Despide la tropa que aún le queda y se retira al castillo de Flint para parlamentar. Es justo ahí en que apreciamos una última manifestación de providencialismo de su parte: la de desenmascarar “divinamente” las metas de su primo, aunque “nadie” lo advierta. Para ese entonces, Bolingbroke ya usa el plural para referirse a sí mismo como si fuera rey –nobles como Northumberland ya lo notan indiferentemente-, y pese a que le informa que “sólo vino a reclamar su legítima herencia” –la de Gante-, por su manera de hablar y de actuar demuestra ya que los temores premonitorios de Isabel de Valois se habían cumplido: la deposición inevitable de su marido.
       
       

La única escena del acto cuarto marca un claro revés para Ricardo: ya no justifica que “nacieron para disponer” desde el primer acto: Bolingbroke –que no nació para hacerlo- ahora busca hacerlo con su reputación de poder. Es finalmente adoptado por él, en el que su alto cetro rinde ahora al manejo de sus reales manos. Para Bolingbroke, ser Enrique IV le genera vinculaciones emocionales: pese a que “ya lo veía venir” –por boca de York y en nombre del otrora monarca-, la obra infiere cómo su personalidad y actitudes honrosas manifestaban ya reputación de poder necesaria para que lo fuese. Como su deseo fue alcanzado al fin y la felicidad es un continuo progreso de deseos, de un objeto a otro, (…) para realizar otro ulterior (Hobbes, sin año: 79), Enrique –inconscientemente- se ve obligado a tomar la corona, e incluso hace comparecer a Ricardo para corroborar la abdicación de él y asimilar su nuevo destino:

Bolingbroke
      ¿Estáis conforme en abdicar a la corona?

Rey Ricardo
      Pues nada habré de ser. Sí, no; no, sí.
      Entonces no, no, pues la renuncio en ti.
      Mira ahora cómo habré de despojarme:
      retiro de mi cabeza esta carga pesada,
      de mi mano alejo el incómodo cetro,
      y de corazón, el orgullo del mando;
     con mis propias lágrimas borro el óleo santo,
     con mis propias manos entrego mi corona,
     con mi propia lengua niego el sacro rango,
     con mi propio aliento anulo el rito obligado,
     y abjuro toda pompa y toda majestad;
    abandono mis dominios, mis rentas y mis bienes,
    revoco mis actos, decretos  estatutos:
    ¡Perdone Dios los votos que me han sido violados!
    ¡Guarde Dios las promesas que ante ti se han jurado!
    ¡Que a mí que nada tengo, no me aflija con nada,
    y a ti que has adquirido te llene de contento!
    ¡Que vivas largamente en el trono de Ricardo
    y pronto yazga éste en un lecho de tierra!
    Dios salve al rey Enrique dice ex rey Ricardo,
    y le envíe días dorados por muchísimos años (…).
                                       (Shakespeare, 1998: Acto III, escena II: 166-167).

El quinto y último acto presenta la despedida de Isabel de Valois y Ricardo, mientas éste es conducido hacia la Torre de Londres, y así como vemos la partida de ésta hacia Francia sin título, también notamos cómo se conduce Enrique IV para resolver problemas: sin providencialismos subjetivos, hace lo mejor que puede para evitar un derramamiento de sangre entre York y su hijo, el duque de Aumele. La otrora dama al servicio de la reina –la duquesa de York- se opone a que York permita la ejecución de Aumele, pese a que éste se retractó en participar en una conjura contra el rey. La historia parce repetirse, pero a diferencia de su primo, se pone en los zapatos de ambas partes, impidiendo así una desgracia.

        No obstante, para Enrique le será imposible evadir la maldición de Ricardo: desde su ascenso al trono, le ha sido imposible controlar y disciplinar a su hijo Hal –el futuro Enrique V-, y, como ya se dijo, no todos los nobles aceptaron su coronación con buenos ojos, como se verá reiteradamente en la bilogía de la vida del rey Enrique IV. El tiro de gracia de la tragedia, sin embargo, no recaerá en la severa y profética admonición, sino en el personaje de Sir Pierce de Exton: tras su traslado al castillo de Pomfret –o Pontefract-, el entonces monarca no puede asimilar su nueva condición como preso. Empieza a caer en la locura. La llegada de Exton le prefigura que “Bolingbroke lo ha mandado para envenenarlo”, y en un último acto de resistencia, arrebata un arma a uno de los guardias, lo mata, pero no impide que Exton lo frene y lo liquide. 

        En el drama, el fin de Ricardo provoca dolor en Exton y también en Enrique. Su figura honorable como reputación de poder se quiebra para mostrarnos lo que será su vinculación emocional en las obras que le siguen:

Exton  
      Gran rey, dentro de este féretro presento
      tu temor enterrado: aquí yace sin aliento
      el más temible de tus enemigos:
      Ricardo de Bordeaux que aquí te traigo.

Bolingbroke
      Exton, no te lo agradezco, pues tu mano
      fatal ha perpetrado un hecho deshonroso
     contra mí mismo y contra esta hidalga tierra.

Exton  
      Tu boca, señor, me indicó hacerlo.
                                       (Shakespeare, 1998: Acto V, escena VI: 201).



Así como Ricardo se encontró a sí mismo, hallando al hombre dentro de sí –el hombre verdadero, dentro de todo esto de ser rey (Jakobi, 2013)-, Bolingbroke hace lo mismo: viendo que su reputación de poder no lo hacía él mismo del todo, Enrique finalmente acepta que ser el nuevo rey implica una gran responsabilidad humana en el devenir de la vida. Advierte que vivir con rencores sólo destruye en vez de edificar; que si no es prudentemente humano para con el prójimo, su hijo y consigo mismo pronto catalizará una tragedia aún peor. Será justo a partir de esa escena que el Enrique IV de Shakespeare buscará redimirse: para que su dolor y egocentrismo no mancillen más el futuro de Inglaterra, menos “en el nombre de alguna virtud” como sucederá décadas después en la Guerra de las Dos Rosas.   



BIBLIOGRAFÍA.

*Denton, Richard (Productor). O’Donnel, Bill (Director). et.al.. (2013). [en línea]. YouTube: Shakespeare Uncovered: Richard II with Derek Jakobi. Disponible en: http://www.youtube.com/watch?v=liO0VOQVV2I [2014, 23 de enero].

*Hobbs, Thomas. (Sin año). Leviatán, o la materia, forma y poder de una república eclesiástica y civil. México: FCE.

*Pittaluga, Gustavo. (1973). Temperamento, carácter y personalidad. México: FCE.


*Providencialismo. (2001). [en línea]. Real Academia Española: Diccionario de la Lengua Española. Disponible en: http://lema.rae.es/drae/?val=Providencialismo [2014, 23 de enero].

*Shakespeare, William. (1998). Tres dramas históricos: Ricardo II y Enrique IV, primera y segunda partes. (2ª. ed.) México: UNAM.

*Tausiet, Antonio. (2008). [en línea]. Wordpress: Shakespeare total: Ricardo II. Disponible en: http://shakespeareobra.wordpress.com/ricardo-ii/ [2014, 23 de enero].