miércoles, 16 de abril de 2014

Oración del 9 de febrero de Alfonso Reyes: destino o evolución humana entre dicho.




¿EN QUÉ rincón del tiempo nos aguardas,
desde qué pliegue de la luz nos miras?
¿Adónde estás, varón de siete llagas,
sangre manando en la mitad del día?

Febrero de Caín y de metralla:
humean los cadáveres en pila.
Los estribos y riendas olvidabas
y, Cristo militar, te nos morías…

Desde entonces mi noche tiene voces,
huésped mi soledad, gusto mi llanto.
Y si seguí viviendo desde entonces

es porque en mí te llevo, en mí te salvo,
y me hago adelantar como a empellones,
en el afán de poseerte tanto.

          Alfonso Reyes, de +9 de febrero de 1913

       La Oración del 9 de febrero de Alfonso Reyes es un texto que nos muestra el dolor de perder a un padre querido y entrañable. Busca revelarnos su admiración y grandeza como ser humano, incluyendo el sufrimiento que ahora se vive a causa de su pérdida la cual considera injusta y absurda por culpa de la imprudencia e ignorancia de quienes no pudieron conocerle a fondo, mientras lo imaginamos y recordamos. Es una obra que tiene como fin último adentrarnos en la autorreflexión y en la compasión cuando más la necesitamos, y más en nuestra soledad.


Portada de Oración del 9 de febrero de Alfonso Reyes de Ediciones ERA y UANL.



       El texto busca dejar de lado cualquier vestigio histórico-político sobre la figura de Bernardo Reyes según enfoques oficiales especializados en el tema. En su lugar, nos muestra una faceta en donde su condición humana pesa más, y más si se trataba del entorno familiar. Las distancias geográficas, lejos de distanciar, fortalecen y generan un vínculo muy fuerte en sus hijos, en especial en quien se encargará de inmortalizarlo hasta en sus preferencias literarias:   

…Lejos de él, casi bastaba recordar para sentir el calor de su presencia. Y como su espíritu estaba en actividad constante, todo el día agitaba las cuestiones más amenas y más apasionadoras; y todas sus ideas salían candentes, nuevas y recién forjadas, al rojo vivo de una sensibilidad como no la he vuelto a encontrar en mi ya accidentada experiencia de los hombres. (…) Él vivía en Monterrey, ciudad de provincia. Yo vivía en México, la capital. (…) Él era soldado y gobernante. Yo iba para literato. Nada de esto obstaba. Mientras en México mis hermanos mayores, universitarios criados en una atmósfera intelectual, sentían venir con recelo las novedades de la poesía, yo, de vacaciones, en Monterrey, me encontraba a mi padre leyendo con entusiasmo los Cantos de vida y esperanza, de Rubén Darío, que acababan de aparecer (Cf. Reyes, 1967: 2).


A partir de éstas y otras cualidades, el texto nos muestra otros detalles importantes reflejados en la figura de Bernardo Reyes, como el cariño que mostraba hacia sus hijos en su papel de padre. Tras su deceso en la Decena Trágica, emerge en sus vidas un desencanto que dará fin a una era y cosmovisión del mundo que creían indiscutible. Este hecho trágico no sólo dictamina qué sendero deberán tomar de ahora en adelante sin la guía de su padre, también demarca en cierto sentido el exilio de su antigua forma de existencia para reedificarse en una diferente:     

…Siempre el evocarlo había sido para mí un alivio. A la hora de las mayores desesperaciones, en lo más combatido y arduo de las primeras pasiones, que me han tocado, mi instinto acudía de tiempo en tiempo al recuerdo de mi padre, y aquel recuerdo tenía la virtud de vivificarme y consolarme. Después –desde que mi padre murió-, me he dado cuenta cabal de esta economía inconsciente de mi alma. En vida de mi padre no sé si llegué a percatarme nunca… (…) Mi natural dolor se hizo todavía más horrible por haber sobrevenido aquella muerte en medio de circunstancias singularmente patéticas y sangrientas, que no sólo interesaban a una familia, sino a todo un pueblo. (…) Con la desaparición de mi padre, muchos, entre amigos y adversarios, sintieron que desaparecía una de las pocas voluntades capaces, en aquel instante, de conjurar los destinos… (1967: 3-4).

       La muerte de Bernardo Reyes, lejos de culminar el destino de Alfonso Reyes, lo reorienta a una dirección distinta y nueva. Inspirándose en la imagen culta que tuvo el primero, el segundo imagina hablarle en los momentos más difíciles de su vida. Se vale nuevamente de sus antiguas lecturas de biblioteca y otros estudios para reformular y crear propuestas literarias, y usando como base y debate el “intenso temperamento literario (…) transmitido de la vocación no realizada de su padre”[1], consolida teorías y puntos de vista que deseaba mostrarle, aún cuando reconoce ya haberlo salvado dentro de sí:

…Mis hábitos de imaginación vinieron en mi auxilio. Discurrí que estaba ausente mi padre –situación ya familiar para mí- y de lejos, me puse a hojearlo como solía.  Más aún: con más claridad y con más éxito que nunca. Logré traerlo junto a mí a modo de atmósfera de aura. Aprendí a preguntarle y a recibir sus respuestas. A consultarle todo. Poco a poco, tímidamente, lo enseñé a aceptar mis objeciones –aquellas que nunca han salido de mis labios pero que algunos de mis amigos han descubierto por el conocimiento que tienen de mí mismo. Entre mi padre y yo, ciertas diferencias nunca formuladas, pero adivinadas por ambos como una temerosa y tierna inquietud, fueron derivando hacia el acuerdo más liso y llano. El proceso duró varios años, y me acompaño por viajes y climas extranjeros. Al fin llegamos los dos a una compenetración suficiente… (1967: 5).

La Oración también nos ilustra otra secuela marcada en el alma de Alfonso Reyes tras la pérdida de su padre: su forma de mostrar afecto hacia su hijo. Partiendo de sus propias experiencias, supuso que “el modo más ideal de tratarlo” sería no inculcarle demasiado cariño a éste bajo el riesgo de que lo eche de menos más de la cuenta, y pese a que veía injustificable cualquier trato autoritario para generar una disciplina efectiva y sólida, tampoco contemplaba el cariño desmedido como una respuesta. Se volvió partidario de un punto medio en la medida de sus posibilidades como se ve en este pasaje:

       El desgarramiento me ha destrozado tanto, que yo, que era padre para entonces, saqué de mi sufrimiento una enseñanza: me he esforzado haciendo violencia a los desbordes naturales de mi ternura por no educar a mi hijo entre demasiadas caricias para no hacerle, físicamente mucha falta, el día que yo tenga que faltarle. Autoritario y duro, yo no podría serlo nunca: nada me repugna más que eso. Pero he procurado ser neutro y algo sordo –sólo yo sé con cuánto esfuerzo- y así creo haber formado un varón mejor apercibido que yo, mejor dotado que yo para soportar el arrancamiento. Cuando me enfrenté con las atroces angustias de aquella muerte, escogí con toda certeza, y me confesé a mi mismo que prefería no serle demasiado indispensable a mi hijo, y hasta no ser muy amado por él puesto que tiene que perderme. (…) También supe y quise cerrar los ojos ante la forma de mi padre, para sólo conservar de él la mejor imagen. También supe y quise elegir el camino de mi libertad, descuajando de mi corazón cualquier impulso de rencor o venganza, por legítimo que pareciera, antes de consentir en esclavizarme a la baja vendetta (1967: 7-8).

       En los capítulos que siguen de la Oración, el texto nos cuenta varias anécdotas y crónicas con respecto a la vida humana de Bernardo Reyes. Nos lo muestra como una persona heredera del Romanticismo en lo concerniente a sus ideales. Pone también en evidencia cómo estas mismas ya condicionaban y alteraban varias veces su estilo de firma, su gusto por la poesía y el estudio de la historia, su apoyo a Porfirio Díaz, su puesto como Ministro de Guerra y Marina y su intento por formar la 2ª Reserva del Ejército Mexicano para ganarse el apoyo de la gente en el buen sentido de la palabra, y sin provocar a nadie:

       PERO HEMOS ENTRADO EN SU BIBLIOTECA Y ESTO SIGNIFICA que el caballo ha sido desensillado. En aquella biblioteca donde había todo, abundaban los volúmenes de poesía y clásicos literarios. Entre los poetas privaban los románticos: era la época en que el espíritu del héroe se había formado. (…)
       Después de pacificar al Norte y poner coto a los contrabandos de la frontera (…) vinieron los años de gobernar en paz.  Y como al principio el General se  quedara  unos  meses  sin  más  trabajo  que  la monótona vide de cuartel, aprovechó aquellos ocios nada menos que para reunir de un rasgo los intocables volúmenes de la Historia de la Humanidad de César Cantú. (…) Aquí el romántico descansa, o mejor dicho, frena sus energías y administra el rayo, conforme a la general consigna de la paz porfiriana. (…) La popularidad del héroe cundía. Desde la capital llegaban mensajeros celosos. Al  fin  el dueño de la política vino en persona a presentar el milagro: “Así se gobierna”, fue su dictamen. Y poco después, el Gobernador se encargaba del Ministro de la Guerra, donde tuvo que llevar a cabo otros milagros: el instaurar un servicio militar voluntario, el arrancar al pueblo a los vicios domingueros para volcarlo, por espontáneo entusiasmo, en los campos de maniobras… (1967: 12-13).
      
Si bien el texto de Alfonso Reyes tiene como fin resaltar las virtudes románticas que tuvo su padre, el mismo nunca deja de ser apolítico. Rehúsa entrar en cualquier tipo de análisis histórico porque corrompería la imagen que se forjó de él cuando vivía. Cuando menciona la difusión del reyismo en varias partes del país, la misión de su progenitor de ver maniobras militares en Europa, el inicio de la Revolución Mexicana, la renuncia de Díaz, el retorno a México de Bernardo Reyes y su intento fallido de revelarse contra Madero por primera vez, lo hace sólo para volver cumplido al poema, en cuya palabra su autor “nombra y aún describe su acción, que la presenta a esa criatura caída al abandono”(Cf. Zambrano, 1993: 394): el de su padre como un protagonista real de carne y hueso:

…Al calor de este amor se fue templando el nuevo espíritu. Todos lo saben, y los que lo niegan saben que se engañan. Aquel amor llenaba un pueblo como si todo un campo se cubriera una lujuriosa cosecha de claveles rojos.
       Otro hubiera aprovechado la ocasión propicia. ¡Oh, qué mal astuto, oh qué gran romántico! Le daban la revolución ya hecha, casi sin sangre, ¡y no la quiso! (…) Y fue necesario, para arrebatarlo a aquel éxtasis, que el río se saliera de madre y arrastrara media ciudad. Entonces requirió otra vez el caballo y burlando sierras bajó a socorrer a los vecinos. Y poco después salió al destierro. No cabían dos centros en un círculo. (…)
       Ya no se columbra la raya indecisa de la tierra. Ya todo se fue.

       PORFIRIO DÍAZ ENTEGÓ LA SITUACIÓN A LA GENTE nueva y dijo una de aquellas cosas tan suyas:
-Ya soltaron la yeguada. ¡A ver ahora quién la encierra! (…)
       Durante unas maniobras que presenció en Francia, como sentía un picor en el ojo izquierdo, se plantó un parche y siguió estudiando las evoluciones de la tropa. (…) Así regresó a país, cuando el declive natural había comenzado (…) ¡Ay, nunca segundas partes fueron buenas! Ya no lo querían: lo dejaron solo… (Cf. Reyes, 1967: 13-15).

       La Oración del 9 de febrero nos muestra el cambio repentino de la gente a como solía ser, y más cuando surgen circunstancias adversas. Al divagar “entre el limbo del paraíso perdido y recobrado que recorre el abismo y abandono” (Cf. Zambrano, 1993: 406), la obra también nos revela la forma en que el espíritu humano trata una y otra vez de salir adelante pese a las adversidades, y si éstas últimas adquieren un terrible peso, lejos de aniquilarnos, develan nuestras auténticas debilidades, incluso si no queramos o podamos aceptarlas en una primera instancia. La escena donde Bernardo Reyes se halla encarcelado en la prisión de Santiago Tlatelolco teniendo de visita a su hijo Alfonso Reyes tratando de recitarle un poema y su reacción posterior al mismo representa una clara evidencia de cuando reconocemos haberlas vivido o no:

AQUEL ROER DIARIO FUE DESARROLLANDO SU SENSIBILIDAD, fue dejándole los nervios desnudos. Un día me pidió que recitara unos versos de Navidad. Aquella fue su última Navidad y el aniversario de la noche triste de Linares. Al llegar a la frase: Que a golpes de dolor te has hecho malo, me tapó la boca con las manos y me gritó:
-¡Calla blasfemo! ¡Eso nunca! ¡Los que no han vivido las palabras no saben lo que las palabras traen adentro!
       Entonces entendí que él había vivido las palabras, que había ejercido su poesía con la vida, que era todo él como un poema en movimiento, un poema romántico del que hubiera sido a la vez autor y actor. Nunca vi otro caso de mayor frecuentación, de mayor penetración entre la poesía y la vida. (…)
       Tronaron otra vez los cañones. Y resucitando el instinto de la soldadesca, la guardia misma rompió la prisión. ¿Qué haría el Romántico? ¿Qué haría, oh, cielos, pase lo que pase y caiga quien caiga (…) sino saltar sobre el caballo otra vez y ponerse al frente de la aventura, único sitio del Poeta? (Cf. Reyes, 1967: 21).

A partir de esta revelación donde “la poesía es la instauración del ser con la palabra, [donde] lo permanente nunca es creado por lo pasajero” (Cf. Heidegger, 2008: 115), es cuando advertimos el auténtico sentido de vivir y existir en este mundo: comprendemos que hay que valorar lo que ahora somos. Desechar aquello que ahora nos limita por vivir apegados al pasado, hacia algo o a alguien. Renovarnos como seres humanos sin dejarnos abatir por las penurias. En resumen: ser nosotros mismos y evolucionar. Sólo así le daremos sentido a nuestra existencia.


Bibliografía.

  • Carballo, Emmanuel. “Alfonso Reyes: 1889-1959”. Protagonistas de la literatura mexicana. México: FCE, 1986.

  • Heidegger, Martín. “Hölderlin y la esencia de la poesía”. Arte y poesía. México: FCE, 1973, 13ª reimpresión: 2008.

  • Reyes, Alfonso. Oración al 9 de febrero. 2ª ed. México: Era/Alacena, 1967.

  • Zambrano, María. “El Libro de Job y el pájaro”. El hombre y lo divino. México: FCE, 1993.




[1] Comentario de Alfonso Reyes a Emmanuel Carballo en una entrevista sobre cómo Bernardo Reyes intervino en su vocación y formación literarias. Cf. Protagonistas de la literatura mexicana. “Alfonso Reyes: 1889-1959” (1986: 125).